Decía el dramaturgo y cineasta estadounidense, Neil LaBute: “Vivimos en una sociedad desechable. Es mil veces más fácil tirar cosas que arreglarlas”. Por ello no es de extrañar que el consumo, la obsolescencia programada y los deshechos están a la orden del día.
No es tema nuevo. Lo sé. Sin embargo hay algo que me remueve la conciencia
Llevo meses viendo caer la aceituna –¿oliva o aceituna? Eso es otro debate– de las oliveras cercanas a mi casa al suelo. Podridas, pisadas, malgastadas. Trambién llevamos meses viendo como el precio del aceite llega a precios históricos. Un alimento de primera necesidad y tan sano que es ejemplo en todo el mundo de dieta saludable.
Desde aquí me gustaría proponer a quienes toman las decisiones que se llevase acabo una recogida de la oliva de los árboles que están a cargo de los consistorios. Se puede llevar a la almazara y hacer aceite para luego darlo o venderlo a precios más asequibles a quienes realmente no pueden permitirse una garrafa.
Además, esta iniciativa no solo tendría un impacto positivo en la economía de quienes no pueden permitirse comprar estos alimentos, sino también en el medio ambiente. Al aprovechar los frutos que de otra manera se desperdiciarían, estaríamos reduciendo la cantidad de residuos generados y contribuyendo a la sostenibilidad.
Pero no podemos poner todas las responsabilidades en los gobiernos. Como individuos, también debemos tomar conciencia de nuestro papel en esta sociedad desechable. ¿Cuántas veces hemos comprado algo nuevo debido a un pequeño fallo en el producto anterior? ¿Cuántas veces hemos preferido tirar algo en lugar de buscar una solución?
Tenemos que cambiar nuestra mentalidad y pasar de ser una sociedad de consumo desenfrenado a una sociedad más consciente y responsable. Debemos buscar alternativas a la obsolescencia programada, exigir productos de calidad y duraderos, y aprender a arreglar y darle una segunda vida a las cosas.
No podemos seguir permitiendo que la moda nos dictamine qué comprar y qué desechar en función de las últimas tendencias. Es hora de valorar lo que tenemos y cuidar de ello. Debemos aprender a apreciar la durabilidad y calidad de los productos, en lugar de dejarnos llevar por la moda pasajera y el consumismo desmedido.
Además, no podemos ignorar el hecho de que la producción y el consumo excesivo están teniendo un impacto negativo en nuestro planeta. La explotación de los recursos naturales, la generación de residuos y la contaminación son algunos de los efectos secundarios de esta sociedad desechable.
Por tanto, es crucial promover una economía circular, donde los productos sean diseñados pensando en su reutilización y reciclaje. Debemos apostar por el uso de materiales sostenibles y fomentar la reparación en lugar de la sustitución.
Vivimos en una sociedad desechable que se basa en el consumo excesivo y la obsolescencia programada. Sin embargo, como individuos y como sociedad, tenemos la responsabilidad de cambiar esta mentalidad y trabajar hacia un futuro más sostenible. Ya es hora de dejar de ver caer la aceituna al suelo y empezar a aprovechar los recursos que tenemos a nuestro alcance. Solo así podremos construir un mundo mejor para las generaciones venideras.